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Martínez Almeida y Rita Maestre han dado una lección necesaria. El primero que se quedó con dos palmos de narices fue el neopolítico Pepu Hernández. El alcalde y la principal edil de la oposición madrileña han dejado a los políticos nacionales a la altura de una babucha: sí, se puede. Sí se puede dejar de hacer el ridículo, dejar de arrojarse vergonzosos discursos, dejar de hacerle oposición a la oposición y centrarse en lo importante. Se puede, pero no se quiere. No se quiere porque vivimos en una campaña electoral permanente y continua y nos pone cachondos, me parece, ver en el barro a unos y a otros.
El problema no es que en la opinión publicada los políticos se insulten y se sitúen intelectualmente a un nivel deleznable y vergonzoso. No, el problema es que esa vergonzante actitud se convierta en el día a día de los ciudadanos. El veneno está en todos, lo han conseguido. La desescalada de muertes y contagios se va tornando en una escalada de basura. Entrar en las redes sociales es ponerse entre dos ventiladores que dirigen basura hacia todos lados. Twitter tuvo días maravillosos, todo eran vídeo lacrimógenos, aplausos y buenas palabras. El tiempo y las decisiones de los gobiernos han enmerdado todo. Hay que entrar con botas y la nariz tapada. Uno, que es de carne, hueso e ideología, seguro que ha puesto de su parte, pero, chico, hay gente que se pasa tela.
Tenemos a un Gobierno que hace oposición de la oposición. Una oposición que se hace oposición a sí misma. Una torpeza general en la política nacional que genera una magnífica desconfianza en los responsables. Escuchaba a Lambán ayer por la mañana hablar maravillas de Feijoo; escucho a Juanma tratar de serenar las cosas; escucho a Revilla… no, a Revilla no le escucho. A lo que vamos, que me pierdo. Están dando mucha mejor imagen de estadistas los presidentes de comunidades autónomas, aparentan relativa responsabilidad frente a la crisis y una proactividad que constrasta con lo de más arriba. Tan, tan arriba, que la labor de Europa da para escribir un libro de despropósitos sobre cómo hacerse oposición a sí misma. En definitiva, que yo te invito a que te quedes con los aplausos a los sanitarios, con la gente del súper que está acojonada pero te sonríe al entrar, con los policías, guardias y militares que están echados a la calle. Yo me meto en la trinchera, pero sólo porque ahí estaré libre de basura ideológica.
Publicado en vivamalaga.net