La disneyficación de la Semana Santa
En 2004 el investigador social Alan Bryman publicaba La disneyficación de la sociedad. Un ensayo en el que hablaba sobre cómo hemos tendido a idealizar la sociedad. Byrman bebe, de forma clara, de las teorías postmodernistas de Baudrillard, el filósofo francés que habló de la hiperrealidad que se vive en los parques temáticos de Disney.
Más recientemente, el profesor de la Universitat de Vic, Xavier Ginesta, ha trasladado este término de la disneyficación al fútbol. Ginesta indica que este proceso implica que los clubes de fútbol dejen de ser clubes deportivos para convertirse en «entes del entretenimiento». Pura postmodernidad.
Hoy, y tras las recientes experiencias postpandémicas, ha llegado el momento de ser conscientes de que, igualmente, las hermandades y cofradías se han convertido en entes postmodernos: en elementos de entretenimiento de masas. Quedan algunos ejemplos diferentes, como la hermandad del Vía Crucis de Granada, que se negó a participar en la magna «por tener un fin turístico».
¿Por qué debemos hablar de una Semana Santa disneyficada? Son varios los motivos, partiendo de la definición del Tesauro de Arte y Arquitectura del Centro de Documentación de Bienes Patrimoniales de Chile: «Úsese para describir el proceso de creación o transformación de objetos, disciplinas, lugares o elementos culturales de acuerdo a aspectos de parques temáticos de la Compañia Walt Disney, comercio, estilo de animación, o imagen pública. Las características incluyen un énfasis en escapismo, fantasia, consumismo, virtud y una idealizada noción de la sociedad».
Debemos comenzar hablando del simulacro en la época de la simulación total en la que vivimos. Si bien el barroco del que venimos los cofrades buscaba epatar al espectador, trataba de despertar admiración para trasladarlo al mensaje central. En la postmodernidad debemos estar hablando de la transestética, esto es: perder el fin para el que se ha creado.
Esta reflexión sobre la disneyficación de la Semana Santa parte de mi experiencia personal como participante, espectador y narrador en la Semana Santa andaluza en los últimos años. Ya hablé el año pasado en El Español de Málaga sobre el papel de la postmodernidad en los cambios injustificador. Por ello, ahora doy un paso más, fruto de la observación participante. No es, por supuesto, algo reciente o de unos años acá, pero sí se ha intensificado esa sensación de disneyficación.
¿Por qué? Porque se ha desembarcado definitivamente en época del marketing cofrade. No como algo peyorativo, sino como una descripción de la realidad: hay cofrades capaces de matar por su marca. Las hermandades han ido desarrollando identidades propias y eso se ha ido viendo en el florecimiento de una industria creciente en este sentido. Como ocurre en el fútbol: camisetas, sudaderas, polares, pulseras, pines, fundas de móviles… Toda una señal clara.
Además, la Semana Santa se ha desestacionalizado. No es una única oportunidad la de vivir las procesiones de pasión. El consumo se ha magnificado a raíz de la pandemia de Covid-19. Procesiones magnas en casi todas las provincias, procesiones extraordinarias por diversas justificaciones… No hay que esperar a Semana Santa para ver pasos o tronos en las calles. Tenemos oferta suficiente a lo largo del año.
Hay un constructo mental en el concepto de la disneyficación que me ha llevado a la última conexión para desarrollar este breve texto: los participantes somos animadores. La penitencia entre croquetas, que decía Miguel Pureza.
Los líos entre hosteleros, ayuntamientos y cofrades en Sevilla y Málaga en la última Cuaresma han dejado claro que somos meros animadores y dinamizadores. ¿El fin se ha perdido?, ¿las cofradías salen para solaz del turista?, ¿somos conscientes los participantes de que somos meros instrumentos de entretenimiento?
Concluyo esta reflexión sin un ánimo crítico, más bien descriptivo y sosegado. ¿El show debe continuar? Os leo.