En manos de un enano
“Nanos gigantium humeris insidentes”, es una expresión latina muy presente en el mundo académico que señala un axioma relacionado con el conocimiento: “Somos enanos subidos a hombros de gigantes”. El significado es sencillo, nos apunta a la importancia del conocimiento previo; de las figuras intelectuales (gigantes) sobre las que nosotros (enanos) construimos el futuro. Hablamos de personas serias que han aportado en el plano intelectual. Por si acaso, aclaro que la política, algún día, también fue parte del plano intelectual.
En el asunto político, mientras la Academia se fija en personajes como Marco Tulio Cicerón, Lorenzo de Médici, Winston Churchill, etc., la realidad nos arroja personajes que manipulan y manejan de la forma más chusca la voluntad del pueblo. Málaga, su diputación y su ayuntamiento, está hoy alejadísima de ese ideal político. Si para crecer hay que subirse en hombros de gigantes, hay en política quien decide convertirse en un enano sin más: la bajeza política, personal y laboral elevada a la máxima potencia.
Mientras en el panorama nacional se habla de cloacas, policías, manejos poco éticos y fontanería, aquí en Málaga estamos observando, con luz y taquígrafos, como un tipo, un aprovechado sin pelotas, se pone a los gobiernos de una ciudad y una provincia por montera y amenaza, ayudado por el monstruo de Frankenstein como acompañante, con convertirlo todo en un sanguinario campo de batalla. Él, disfrazado de emperador déspota mientras los leones andan mordiendo a los cristianos por un quítame tú ese marrón.
En manos de un enano; la política local está en las desquiciadas manos de un tipo que en su cabeza se cree Napoleón y en la realidad no llega ni a portavoz de sí mismo. Es penoso encontrarse con personajes, embaucadores y farsantes que, armados por una guardia sin cerebro, son capaces de echar a pelear a ejércitos enteros por la diversión de sentirse querido. La política fue un arte noble; la política local siempre fue en favor de los ciudadanos, de lo que realmente influye sobre el día a día de mi calle, mi plaza y mi barrio. Siempre fue, pero ya no es. Hoy es un escenario de egos que proyectan su mediocridad.
Cuando, en el futuro, se recuerde la altura política de un lunático que pasaba por aquí -sin ser, sin estar, sin querer ser y sin querer estar- olvidaremos su nombre como él ha borrado todo su pasado. Así que pasen ocho años y la democracia entierre el cadáver político de un tarado que no vino a hacer política más que para sí y sus secuaces.